Koora (del gr. territorio) Linax

" Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara." (Epílogo de -El Hacedor- Jorge Luis Borges)

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lunes, 25 de mayo de 2020

La mère

«Hay que atreverse; casi todo es cuestión de oportunidades» Nos decía sor Lucía cuando notaba nuestro pánico escénico o alguna timidez manifiesta. Era la mère, así la llamábamos entre nosotras. La mayoría la tuvimos de maestra varios cursos en la EGB. Habían transcurrido pocos años de haber hecho sus votos en la orden francesa del colegio. Fueron las primeras religiosas en no llevar hábito y ella -la verdad- no parecía una monja por su parecido a Laurent Bacall; derecha como una vela, el pelo castaño claro con algunos mechones dorados y raya al lado; las gafas de cristal al aire la asemejaban a una intelectual americana; conjugaba un personaje perfecto de películas en blanco y negro.

La mère tenía una pedagogía algo especial que le agradezco con el paso del tiempo. «El credo y la espada» llamaba a una especie de juego para acabar con la bicha o enemiga de nuestros adentros –decía-. Dibujaba una tabla en la pizarra con tres columnas tituladas: bicha, espada, nombre. Este ejercicio “espiritual” lo hacíamos todos los viernes antes de finalizar la clase. Las bichas más fértiles eran: quejosa, indecisa, liosa, irresponsable, miedica, criticona, llorona… En la columna de la espada escribíamos la antagonista y en el nombre, cualquier personaje que nos inventáramos. 

Un sábado de primavera nos apuntamos un grupo de compañeras a una actividad cultural que propuso la mére a la Catedral y al museo de Bellas Artes. Caminábamos en fila de dos en orden distendido por una de las calles sinuosas cuando al pasar por una casa palacio nos paramos en seco.

— ¡Niñas, esconderos en ese portal y en silencio! dijo la mère con determinación.

Adivinó las malas intenciones de un hombre que se acercaba de frente hacia nosotras, me asomé por la rendija del portón entre bisagra y bisagra; el tipo parecía un malo de película con una navaja en la mano derecha. Empezaron a conversar pero no lograba escuchar lo que decían; sobre todo ella era la que más hablaba, gesticulando a la vez con las manos y el rostro impasible. Pasaron como diez minutos y todo el episodio acabó con una frase inesperada.

 — ¡Hasta luego guapa!— dijo el fulano guardando la blanca en el bolsillo del pantalón.

—Salgan niñas,  caminemos hacia el museo— Nos animó con unas palmaditas y una sonrisa.

Ninguna de nosotras se atrevió a preguntar nada y quedó en secreto la épica de nuestra maestra. En la sala de mitología clásica hubo miradas cómplices al contemplar el cuadro de la «Diana Cazadora»

Suelo repetir el itinerario de la catedral al museo cada vez que me encuentro confusa o necesito energía para salvar obstáculos o sentirme en una emboscada.




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