Koora (del gr. territorio) Linax

" Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara." (Epílogo de -El Hacedor- Jorge Luis Borges)

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jueves, 13 de mayo de 2021

Éxodo de hormigas

 Eran los años sesenta cuando los abuelos emigraron del pueblo a la ciudad ajena. Desde el final de la guerra se dedicaron a cultivar huertas y a vender lo que producían en la ruda labor de los días. La última se llamaba Villa María, a orillas del río Guadajoz ,—un afluente del Guadalquivir—. Cuenta mi madre que allí vivió desde jovencita pero nunca volvería, a pesar de que hoy sería una postal de turismo rural. Ella y su hermano —el tío Juan— han estado marcados por las desavenencias de sus padres; el abuelo intentó suicidarse varias veces por la desesperación de la relación con su mujer. La abuela era una madre y esposa siempre ausente. Desaparecía días enteros, porque se iba a la casa que tenían en el pueblo cercano, para levantarse temprano y  vender la fruta y verdura en el puesto del mercado; esa era su excusa. En estos tiempos serían un matrimonio separado casi desde el minuto uno. La afectividad familiar se suplió con la tía Carmen —hermana soltera del abuelo—. La «chacha Carmen» como la llamábamos los sobrinos nietos. Ella era como un personaje salido de la película Viridiana, con un altarcito de la Inmaculada Concepción en su dormitorio. Era el alma espiritual de la familia. Se sabía la biblia de pe a pa. Las noches que dormíamos con ella, nos relataba historias, sobre todo, del Antiguo Testamento.


—Chacha cuenta otra vez la historia de Sansón— le decía Paco, mi hermano, con los ojos muy abiertos. Nos gustaba imaginar a alguien con la melena larga y que una tal Dalila «peluquera bíblica» tuviera tanto poder con las tijeras.

Las noches de más morbosidad contaba aquella historia de las dos mujeres peleando por el niño y el rey Salomón, arreglando el asunto entre ellas, o aquella otra, de  la heroína Judit y el general asirio Holofernes.

Su recurso para los acontecimientos de nuestras vidas era la biblia. Cuentos tradicionales los justos. Recuerdo que con el libro del Éxodo lo hizo de una forma original para explicarnos nuestra salida, recorrido y llegada al nuevo hogar.  

Toda aquella cultura judeocristiana de la tía Carmen, pasado el tiempo, me fue útil para identificar parte de la iconografía en la historia del arte. Ella era el calor y el corazón de toda nuestra genealogía viviente. 


Los abuelos compraron tres pisos en un bloque de viviendas del barrio nuevo, por la zona oriental de la ciudad.Todos los vecinos, venían de diferentes puntos cardinales de la provincia, con similares esperanzas en la búsqueda de un futuro mejor. Nuestra calle desembocaba en el cementerio y la mayoría de los entierros pasaban por nuestra puerta. La muerte estuvo tan presente en mi infancia que ella creó múltiples interrogantes, en la imaginación de una niña, siempre con miedos a la oscuridad. En las tardes de verano después de la merendilla, de pan con chocolate, jugábamos a la comba, la tanga o la goma; y cuando apuntaba el sol tocaba sacar las sillas, cada uno la suya sentados entre la pared del edificio y la acera. En aquella tribu de sillería se contaban leyendas o historias que no sabíamos si eran inventadas o escritas. 


Las tardes de sol apacible jugábamos en un solar, mitad campo por construir. Allí aún crecía la hierba, permanecía algún árbol solitario y de vez en cuando aparecía un pastor, con su pequeño rebaño de cabras. Presencié por primera vez el nacimiento de una criatura; un cabrito espantado al caer a tierra desde su universo maternal. Todos los niños estábamos alrededor de la escena cabril, asombrados de algo nunca visto. También pasábamos ratos siguiendo el espectáculo de las hormigas enfiladas hacia su castillo cónico, otro de los interrogantes por descubrir.


—¿Por qué con el frío no salen? ¿Son las mismas del año pasado? ¿Pueden sentir que nosotros estamos a su lado? —Me hacía preguntas sobre esos seres liliputienses que no dejaban de ser un misterio, incluso ahora.


Todos estos recuerdos removieron vivencias, cuando mi madre, dos años antes de morir, hablaba más del pasado que de su presente. Durante días empezó a reiterar con angustia, sus dudas sobre la vida y la muerte. Todo ello me creaba una impotencia de abandono por querer calmarla. Fue cuando recurrí al enigma de las hormigas.


—Mamá debes estar tranquila. ¿Recuerdas aquellas hormigas que iban a recoger miguitas de pan cerca del chinero, allá en Villa María? Tú las veías y ellas a ti no. Pues igual nos sucede a nosotros con el más allá; estamos cerca pero limitados para entenderlo. Somos en definitiva seres pequeños en un intento terrestre hacia lo divino. Convertiré nuestra soledad en almohada bajo tu cabeza y te acompañaré en el descanso de los días y en ese silencio no habrá descomposición para la ternura. Estoy segura que en ese lugar nos iremos encontrando todos. Cuando llegue oirás un susurro como aquella brisa solitaria entre los manzanos y los almendros. Dejaremos esta honda pena que nos aflige, sobre aquel río salado que todo se lleva.


Madre, estoy aquí deshaciendo el tramo del umbral junto a la puerta.





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