Itineraria

Agazapada y envuelta
en un hábito de extranjería
llegué a tu ciudad.

Pregunté al condottiero,
que aún llevaba
el perfume de las flores
en los cascos del caballo.

Dónde está el constructor
que no deshecha
los sueños olvidados.

La gravedad del género,
casi convertido en geología,
traba mis pies a las piedras,
antes de contarte
cómo el trazo del arpón
recogió otra forma
de intuirnos.

Este débil signo
hace suponer
el ritmo merecido
adherido a tu memoria.

Periférica giro,
en silencioso vínculo.

Sobra decir
que el corazón lleva un compás,
un empuje, un efecto.
El que hace tu presencia,
ese peso tan liviano.

Conmemoro:
el río que nos une,
el vértigo horizontal del mar,
la inercia de tu mirada
y hasta tu camisa azul
de rayas verticales
coincide con esta dimensión
en la distancia.

Tu nombre tenía
colores perdidos.
Preparé una tintada.
Deseaba pensarte con las manos.
Dejar que pase tiempo.
Engastar tu nombre con el mío.